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Cuando hablamos de Alimentación, nos referimos a un acto cotidiano que atraviesa y regenera los cuerpos, la cultura, la economía y la sociedad humana estableciendo conexiones con el ecosistema del que formamos parte. En este sentido, la comida que todas las personas ingerimos diariamente deviene el nodo de interacción entre distintos procesos (Sanz Porras, 2008), estando atravesada y siendo a su vez producto no sólo de procesos fisiológicos y biológicos sino también de procesos psicológicos, sociales y culturales resultantes de relaciones sociales situadas e históricas (Aguirre, 2014; 2019). Este tejido de relaciones configura territorialidades socioeconómicas específicas tanto a partir de las esferas visibles de la economía (producción, distribución y consumo, instituciones económico-políticas), como de las esferas mayormente invisibilizadas que la componen (trabajo reproductivo en los hogares y organización comunitaria).

El problema general que se propone abordar, son las relaciones sociales y ambientales generadas a partir de la íntima interconexión entre regímenes políticos y regímenes económicos, entendiendo a la alimentación como resultado de relaciones históricas y sociopolíticas específicas. Los modos en que se produce, distribuye, intercambia y consume, componen (y responden a) relaciones socio-ecológicas específicas. Se trata de modos concretos de reproducir la vida y/o el capital, los cuales permiten un acceso sociológico privilegiado para la comprensión de la reproducción/transformación de los sistemas de dominación e injusticia, pero también de las relaciones comunitarias y los entramados de solidaridad que se despliegan cotidianamente buscando sostener la vida.